Ianua Caeli: la Puerta del Cielo. Esta expresión, que ha sido asignada por el cristianismo como otro de los lemas o atributos de la Virgen María, tiene un significado hermético muy importante.
La Obra filosófica (hermética y alquímica), que es la expresión de la sabiduría divina, la reproducción de la obra de la Creación, comienza con el descubrimiento y primer tratamiento de la piedra. Esta piedra es el bethel, betel o betilo, la Casa de Dios, el lugar sagrado. Salomón en su Libro de los Proverbios (9,1) dijo que “la Sabiduría edificó su casa”, y Jacob, tras tener la visión de la escalera que llegaba hasta el cielo por la que subian y bajaban ángeles cuando dormía apoyado en la piedra–roca sagrada del monte Moriah de Jerusalén, exclamó “este es un lugar terrible, no es sino la casa de Dios y la puerta del cielo” (Génesis: 28,17). La casa de Dios y su puerta forman parte del mismo edificio; la casa de Dios es la piedra, el betel, sobre la que se edifica la Obra y es la puerta de entrada que permite la conexión, la participación y la vivencia del saber divino, que los ángeles enseñaron a los hombres, y que es la ciencia que reproduce el orden de las leyes celestiales, de las formas de creación naturales, del comportamiento del Principio creador de todo cuanto existe.
La piedra es el principio femenino, material, de la Creación; por eso en la antigüedad se le denominó como Diosa Madre y el cristianismo la asimiló como la Virgen María.
El descubrimiento y el conocimiento de esta piedra, del betel, del mercurio de los sabios alquimistas, supone la introducción en el mundo hermético que se rige por las leyes emanadas de un principio divino. Es nuestra entrada o puerta del cielo, Ianua Caeli.
Continuará...
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