Celebra hoy la Catedral de Jaén el día de su advocación, la Asunción de la Virgen María, que en siglos anteriores fue también la fiesta principal de la ciudad hasta que se cambió, principalmente por motivos sanitarios, a octubre.
Relieve de la Asunción de María en la fachada principal de la Catedral de Jaén.
Se trata de uno de los días más grandes del culto mariano y de la Iglesia Católica, con numerosos templos dedicados a la Asunción, y aunque está presente en la Iglesia desde los primeros siglos del cristianismo, no ha sido considerada como dogma de fe hasta la tardía fecha de 1950.
La Asunción de María, también conocida como Tránsito o Dormición, es la muerte de la Virgen y su elevación al cielo en cuerpo y alma, con lo que su muerte no es igual al del resto de los humanos pues en realidad fue dormida cuando sus días terrestres acabaron y su tránsito a la otra vida fue mediante la asunción (de asumir, apropiar, atraer) que Dios hizo para llevarla hasta la gloria celeste.
La Asunción de María, también conocida como Tránsito o Dormición, es la muerte de la Virgen y su elevación al cielo en cuerpo y alma, con lo que su muerte no es igual al del resto de los humanos pues en realidad fue dormida cuando sus días terrestres acabaron y su tránsito a la otra vida fue mediante la asunción (de asumir, apropiar, atraer) que Dios hizo para llevarla hasta la gloria celeste.
La Virgen del Tránsito, de la Iglesia de San Juan de Jaén.
La tardanza por parte de la Iglesia de reconocerla como doctrina de fe a pesar de que llevaba siglos asumiéndola y celebrándola es sin duda porque en los Evangelios canónicos y en el resto del Nuevo Testamento no aparece ninguna referencia a ella y sí en los apócrifos, de callada pero firme influencia en el cristianismo. Los primeros apócrifos asuncionistas conocidos son del siglo IV, aunque todos ellos parecen basarse en supuestas narraciones anteriores de san Juan o san José de Arimatea. En estos textos apócrifos se concede a María una importancia que va más allá de la simple maternidad humana, asentándola en la categoría de Madre de un dios del que se erige como principal o única representante o mediadora. La Iglesia Católica no aceptaba esto en un principio, pues veía en ella una madre con el papel de mero receptáculo de Jesús, Dios Hijo, no siendo ella la que lo engendró sino Él quien se engendró en ella, pues de lo contrario sería reconocerle una divinidad como la que gozaron las diosas madres tradicionales de la Antigüedad. Con el tiempo, esta postura católica fue cambiando, sobre todo entre los siglos XI y XIII, cuando la figura de la Virgen María tomó tanto protagonismo que se le dieron por sincretismo prácticamente todos los atributos de las diosas antiguas.
Por tanto, como tantas otras veces, la religión tradicional, ligada comúnmente al paganismo, y el conocimiento esotérico que conlleva, se abrió paso también en esta advocación que ahora parece tan católica.
La fecha de la celebración de Nuestra Señora de la Asunción, 15 de agosto, no es casual, pues de principio es símbolo de la aparente muerte de la Madre Tierra debido al calor del Sol, que es lo que comprobamos en los secos campos en estos días tan avanzados del cálido verano, pero que también anuncia el renacimiento en pocas semanas, que se celebra el 8 de septiembre con la Natividad de María. Además, parece ser que tiempos atrás la constelación de Virgo, la que está asociada a la Diosa Madre Virgen, no era visible en ese periodo de tiempo aproximado entre el 15 de agosto y el 8 de septiembre, anunciando de esta manera su muerte y renacimiento como dadora de vida en la Tierra.
Juan García Atienza, gran conocedor y maestro en los temas heterodoxos, teniendo en cuenta todo esto que he expuesto, piensa, según cálculos estimativos, que cabría equiparar en España el número de advocaciones festivas de la Asunción al de las que corresponden a la Natividad algo más de tres semanas después, con lo que parece ser que el pueblo, sustento del culto tradicional antiguo, ha optado prácticamente a partes iguales por la muerte y el nacimiento de María. Y se le ocurre pensar que tal vez esas dos fechas no sean solo sendas celebraciones puntuales sino los límites de un período que podría responder al paso existente entre la muerte iniciática y el renacer a la vida nueva de la conciencia iniciada.
La muerte y renacimiento iniciático es un rito común en todos los cultos y escuelas de misterios de la antigüedad que incluso ha sobrevivido hasta nuestros tiempos en las sociedades secretas o discretas contemporáneas que se consideran herederas del conocimiento trascendente. Hay que tener en cuenta, para apoyar esa posibilidad de que la Asunción de María significa la muerte iniciática, que la representación que se hace de ella es tendida aparentemente muerta en lo que se llama exactamente como Dormición o Tránsito, y elevándose hacia el cielo en la ya conocida concretamente como Asunción.
La Asunción en la catedral de Amiens.
Entonces, el siguiente paso interpretativo de la Asunción sería considerla como un símbolo alquímico. Muchos templos y catedrales se presentan fundados en la ciencia alquímica, como decía el sabio Fulcanelli, siendo la alquimia la investigadora de las transformaciones de la sustancia original, de la Materia elemental, siendo la Materia la Mater, la Madre. La Virgen Madre, despojada de su velo simbólico, no es más que la personificación de la sustancia primitiva que empleó el Principio creador de todo lo que existe. La primera labor del alquimista es la búsqueda de esa Materia prima, a la que siguen las distintas fases de purificación hasta la perfección. Entonces, la Asunción de la Virgen a los cielos sería la representación de la materia sublimada, purificada, mediante el trabajo realizado por el alquimista en la Obra, que conlleva al mismo tiempo y de forma paralela la transmutación hacia la cima de la evolución del individuo que la emprende.