El palacio de la Alhambra, el gran monumento emblemático de la ciudad de Granada, tiene un significado esotérico que impregna
toda la construcción, el cual una parte se refleja en su configuración y belleza pero otra permanece discreta y paciente.
Muhammad I, el fundador de la dinastía nazarí, más conocido como Alhamar y que nació en la también enigmática Arjona (Jaén), empezó las obras del palacio de la Alhambra a mediados del siglo XIII que hasta entonces solo era una fortaleza. Y Muhammed V, aliado de Pedro I en la guerra civil castellana y que tan belicoso fue con las tierras jiennenses cuna de su estirpe real, mandó construir el Patio de los Leones en 1377, finalizándose en 1390, siendo el culmen del palacio granadino. En poco más de un siglo la Alhambra tomó su forma fundamental conteniendo todas sus claves esotéricas. Para presentar estas claves, que vamos a considerar como siete, me apoyaré en el profesor y escritor Antonio Enrique, autor del "Tratado de la Alhambra hermética "(Port Royal, 2004).
Muhammad I, el fundador de la dinastía nazarí, más conocido como Alhamar y que nació en la también enigmática Arjona (Jaén), empezó las obras del palacio de la Alhambra a mediados del siglo XIII que hasta entonces solo era una fortaleza. Y Muhammed V, aliado de Pedro I en la guerra civil castellana y que tan belicoso fue con las tierras jiennenses cuna de su estirpe real, mandó construir el Patio de los Leones en 1377, finalizándose en 1390, siendo el culmen del palacio granadino. En poco más de un siglo la Alhambra tomó su forma fundamental conteniendo todas sus claves esotéricas. Para presentar estas claves, que vamos a considerar como siete, me apoyaré en el profesor y escritor Antonio Enrique, autor del "Tratado de la Alhambra hermética "(Port Royal, 2004).
Emplazada en un
lugar privilegiado de al-Ándalus, confluencia de tres ríos y siete colinas
que valió a diversos autores de la Antigüedad compararlo con los míticos Campos
Elíseos, la Alhambra yergue sus contornos de fantasía bajo el palio de las
nieves perpetuas de Sierra Nevada y sobre los verdes de su Vega legendaria, desde la cual parece un fantástico
navío encallado en la colina de la Asabika, donde el palacio se asienta.
Y esta es la primera clave del monumento: la Alhambra surge ante nuestra vista como una prolongación natural y
armónica del paisaje donde se asienta, no como una imposición humana de poder
sobre un territorio. Existe, pues, continuidad entre paisaje y monumento, como
si la Alhambra no hubiese sido tallada por mano humana, sino construida por la
propia fuerza de los elementos telúricos.
Una segunda clave, ya en el interior, nos
llevaría al mágico aserto de que «lo de arriba es igual a lo de abajo». Es así
como la Alhambra semeja suspendida en el aire. La razón es muy concreta: la
construcción posee superestructura (arcos, bóvedas, techumbres) mucho más
sólida que la infraestructura (columnas, basas, capiteles) donde se apoya. Luego su efecto visual es este: la masa no parece pesar; de alguna manera la construcción
semeja burlar las leyes gravitatorias. Así, el gótico europeo invierte aquí el
sentido de su equilibrio, puesto que no se adelgaza hacia arriba, sino al
contrario: de arriba hacia abajo. Lo cual redunda en la escenificación mágica
del desdoblamiento espacial debido al reflejo de la construcción en las aguas
de los estanques que le anteceden. Tal es el sentido del palacio de Comares,
sobre el estanque de los Arrayanes, o de la torre de las Damas sobre la alberca
del Partal.
La tercera clave ha de referirse
forzosamente a la proporción de todos y cada uno de los volúmenes que se
integran y articulan en la Alhambra. Absolutamente todas sus partes conforman
un código de medidas áuricas. Como paradigma, pudiéramos referirnos al salón
del Trono, inserto en la torre de Comares. La altura de la pirámide que corona
tan increíble estancia es igual al radio del perímetro de sus cuatro lados, la
suma de los cuales equivale a la altura total de la torre en cuyo interior se
ubica. Antiguamente se denominaba cuadratura del círculo a tal efecto. La
epínomis universal puede perfectamente constatarse en el patio de los
Arrayanes, cuyo cociente entre ancho y largo nos ofrece el resultado de la
mitad del número pi, esto es, la epínomis. Y si desde el mismo patio, contemplamos
la torre sobre su arcada, arriba del estanque, podemos constatar que el total
(suma de la altura total más la altura desde el suelo al listón que separa
frontal de la torre y techumbre de la arcada) es igual a la mayor (altura
total), como la menor (altura hasta el listón) es igual a la mayor.
La cuarta clave es para su simbolismo.
Existe un simbolismo teológico y otro escatológico, como también de orden
cromático y geométrico, y aún botánico, pues en la Alhambra todo es en razón a
cuanto representa. El teológico contempla el salón del Trono como su mejor
emplazamiento. Su techumbre es toda una escenificación del Paraíso, tal como lo
establece la sura coránica que ornamenta una de las cenefas de sus muros. Pero
lo es en la secuenciación geométrica, no figurativa. Vemos ahí, en este supremo
artesonado, los siete cielos de su estructura, con origen en el último, o más
alto, un cupulino que, en su centro, representa el ojo de Alá, el cual no es
sino dos cuadrados cruzados en un octógono. Y es de aquí, de esta célula madre,
de donde parte toda geometría prolongando sus segmentos, los cuales configuran
polígonos sin fin, las ruedas de sus lacerías (zafates y candilejos), como
plasmación de un firmamento constelado. El sultán se situaba en majestad exactamente
debajo de este trono divino, como su contrapartida humana y tal como si hubiese
de recibir su inspiración sagrada. Toda la Alhambra no es sino la prolongación
de los ejes e intersecciones laberínticas que parten de este octógono; sus
volúmenes se insertan en ellos, graduándose conforme una visualidad que
confunde los perfiles. El simbolismo escatológico contempla, análogamente, el
palacio de Comares como la representación de los distintos tránsitos de una
jina, o itinerario astral, según el Libro copto de los Muertos: las siete
puertas del Amenti (los siete arcos del Pórtico norte), el propio Amenti (sala
de la Barca, con su artesonado de barca invertida), el Ialou (salón del Trono
con las siete esferas de su bóveda), a lo que hay que añadir el iconográfico
mar de Num (el propio estanque de Arrayanes, planta asociada –como el ciprés– a
la inmortalidad). De manera que, caminando, trasponemos el Espacio al Tiempo.
Mayor metáfora de eternidad no existe.
Otro tanto podría decirse del patio y palacio de los Leones. El arquetipo no es ya el Edén, sino su referencia coránica en el mundo terrenal: el oasis sagrado de Sabá, Iram de las Columnas, el palacio de Salomón. Pues es lo cierto, por inquietante que parezca. La Alhambra está concebida como Templo y Palacio de Salomón, según lo define el Libro de los Reyes. Y su proporción es exacta. El Templo de Salomón es Comares y el Palacio de Salomón Los Leones, con su fuente de mar de bronce. La célebre Fuente de los Leones es, sin duda alguna, uno de los elementos más misteriosos de la Alhambra. La fuente se ha comprobado con la reciente restauración que es un conjunto del siglo XIV realizado con mármol de Macael (Almería); por tanto, es contemporánea al palacio aunque posiblemente imita modelos más antiguos. Lo que parece indudable es que la fuente y sus leones constituyen una evocación salomónica. Al igual que el célebre Mar de Bronce (aunque con leones y no toros), son 12 los animales que sustentan la fuente. Estos tendrían también una significación astrológica, identificándose con los 12 signos del zodiaco y los 12 meses del año. Este detalle vendría refrendado por el hecho de que 3 de los leones miran hacia el norte, 3 hacia el sur, 3 hacia el oeste y 3 hacia el este, mirando los centrales de cada terna exactamente a esos puntos cardinales; además, de la fuente surgen los cuatro ríos del Paraíso señalados por los cuatro leones cardinales, ríos que fluyen cada uno a las cuatro estancias que rodean al patio. Todo ello sin olvidar que en la frente de algunos de estos leones descubrimos enigmáticos símbolos grabados...
Con ello, damos de
pleno en la quinta clave, que no es
sino la de su eclecticismo ideológico e iconográfico. ¿Eran conscientes los nazaríes del Reino de Granada de constituir el ápice de
sabiduría, resultante de la transmisión cultural de todos los pueblos
precedentes en al-Ándalus? ¿Fueron, por otra parte, como se especula, ciertos
sus contactos con la orden templaria, desde sus encomiendas en la serranía de
Cazorla, a través de familias jiennenses depositarias de su legado? Pues la Alhambra
es una síntesis estilizada de elementos de muy diversa extracción: persas,
egipcios, romanos, mozárabes, hebreos. Sobre todo, hebreos. Granada se llamaba
entonces Gárnatha al-yeud, la Granada de los judíos. En la Alhambra, en su
excepcional programa iconográfico, en su ocultismo cabalístico, dejaron
constancia, puede decirse, de su código genético.
Otro tanto podría decirse del patio y palacio de los Leones. El arquetipo no es ya el Edén, sino su referencia coránica en el mundo terrenal: el oasis sagrado de Sabá, Iram de las Columnas, el palacio de Salomón. Pues es lo cierto, por inquietante que parezca. La Alhambra está concebida como Templo y Palacio de Salomón, según lo define el Libro de los Reyes. Y su proporción es exacta. El Templo de Salomón es Comares y el Palacio de Salomón Los Leones, con su fuente de mar de bronce.
La sexta clave es para la
luz, la luminosidad como elemento arquitectónico dinámico, implícito en la
construcción misma. Esta luminosidad, inseparable del agua, que la refracta y
reverbera, medida con precisión, minuciosa y primorosamente, es lo que provoca
la sensación de irrealidad que nos asalta. Es una irrealidad, sin embargo, que
se palpa, que se siente: una irrealidad, por así decir, tangible. El efecto es
de espejismo. Los perfiles son nítidos en Comares, pero ondulantes,
insinuantes, en Los Leones, porque en la Alhambra, como en todo edificio
iniciático, existe una zona yang (épica, ascética, masculina) y otra yin
(femenina y lírica, mística). Hay un vapor de oro que todo lo anega, procedente
de las aéreas arcadas, que gradúan toda luminosidad, e irisa y descompone en
todos los matices del espectro. Así puede observarse en los ajimeces y celosías
de los cielos suntuarios de las salas de Abencerrajes y Dos Hermanas, ésta
última constituida en crisol de operación alquímica bajo la regencia del signo
de Géminis, según consta en el poema inscrito en sus estucos de Ibn Zamrac. E
igualmente por la noche, cuando el agua de las fuentes y mil hontanares cesa, y
los mármoles irradian el plateado fulgor lunar, y el azul de las estrellas
más remotas.
Y clave séptima final: la soledad, el
sigilo, el recogimiento interior. Como todo monumento sagrado, la Alhambra
transforma. Simplemente, hay que dejarse ir. La lección de la Alhambra consiste
en constatar que no existe nada más apremiante para el ser humano de hoy que la
constatación del gozo interior, recobrar el sentido del júbilo y la alegría de
vivir. Comenzando por uno mismo, es posible entregar a los demás lo más
positivo de nosotros mismos. Recuperando el instinto estético, en el más
universal de los monumentos españoles, contribuimos a la paz y el entendimiento
entre Oriente y Occidente, porque la Alhambra significa eso mismo:
coexistencia, armonía, equilibrio entre lo uno y lo otro, y entre lo que se ve
y no puede verse: la pura magia de los sentidos.