En la época inicial de la invasión musulmana en alianza con los visigodos arrianos contrarios a los católicos, hay más libertad tanto para los cristianos de cualquier facción como para los judíos, los cuales tuvieron anteriormente marginación por parte de los visigodos. Pero esta gran tolerancia inicial, que algunos han querido extrapolar a todo un largo periodo de esplendor que empezó por aquellos entonces y que duró varios siglos con una visión equivocada con tendencia al romanticismo y a la añoranza, se reduce a unas décadas en las que la élite árabe y bereber era tan minoritaria que casi no tuvo más remedio que comportarse así, pero en cuanto su poder se consolidó tras una serie de guerras entre ellos, empezaron a tomar medidas en las que inducían a que la población tomara la religión de Mahoma, de tal forma que, aunque se siguió tolerando a los cristianos y judíos, solo los que se convirtieran al Islam tendrían unos derechos y libertades más amplios, casi como los de la élite asiática, además de unos impuestos más reducidos, y ahí empezaron los problemas y la población hispana se dio cuenta que en realidad los nuevos señores eran unos invasores que habían venido para imponerse. En esos tiempos de finales del siglo VIII y principios del IX es cuando se podría considerar que la invasión se hizo efectiva y los indígenas fueron conscientes de ello. Al-Ándalus, como los árabes llamaron a España, empezó entonces a tener nuevas clases sociales diferenciadas. Los cristianos que siguieron siéndolo fueron llamados mozárabes (“arabizados”), y los que se hicieron musulmanes, bien por convicción, por interés o más bien para evitarse problemas, se denominaron muladíes (“de madre no árabe”), entre los que destacaban la mayoría de la nobleza visigoda. De estos grupos surgieron pronto los primeros descontentos y los graves enfrentamientos contra una autoridad que se reveló como claramente invasora.
Un ejemplo claro de lo que hizo buena parte de los nobles hispanos y de la imposición final de los musulmanes asiáticos lo tenemos en un conde que aunque no era andaluz es importante comentarlo. Se trata del hispanogodo conde Casio, un muy destacado noble que se convirtió por interés al Islam con la invasión musulmana, es decir, se hizo un muladí (kumis Qasi), conservando un extenso territorio en el valle medio del Ebro que después su dinastía, los Banu Qasi (“hijos de Casio”), amplió bastante estableciendo su capital en Zaragoza, teniendo épocas de gran independencia e incluso enfrentamientos con el emirato cordobés apoyando al reino cristiano de Navarra con cuyos reyes tenían lazos de sangre. La caida de esta dinastía, la más poderosa de los muladíes, ocurrió poco antes del principio del califato de Córdoba, cuando fueron sometidos por la fuerza por Abderramán III en el 924, siendo sustituidos por un linaje yemení, los Tuyibíes.
Los otros dos grandes ejemplos de lo que pasó en los primeros dos siglos de la invasión musulmana sí están en Andalucía. Tras las primeras décadas de guerras entre árabes y bereberes, y de una aceptable tolerancia e independencia de las distintas comunidades mientras se consolidaba la presencia musulmana con la fundación del emirato de Córdoba por los Omeyas, las diferencias socioeconómicas generaron frecuentes tensiones a partir de finales del siglo VIII en todo Al-Ándalus, destacando la sublevación del Arrabal de Córdoba y la rebelión de Omar ben Hafsún.
El levantamiento de los cristianos del Arrabal de Córdoba fue debido principalmente al incremento de la asfixiante presión fiscal sobre ellos por parte del emir Alhakén I. Los amotinados estuvieron a punto de asaltar el Alcázar y tras tres días de matanza y saqueo en el Arrabal fueron vencidos, ordenando el emir la crucifixión de trescientos notables y la deportación de miles de cristianos. Muchos de estos cordobeses emigraron de Andalucía y parte de ellos se establecieron junto a otros cristianos y muladíes hispanos en el norte de África, donde fundaron el barrio y mezquita de los andalusíes en la ciudad de Fez.
El célebre Omar ben Hafsún nació en las cercanías de Ronda y procedía de una familia goda cuyo abuelo se había convertido al Islam, por tanto era muladí. Encabezó una rebelión apoyada por muladíes, mozárabes e incluso algunos bereberes descontentos con la élite árabe que controlaba el emirato cordobés. Demostró su gran valía como estratega militar y llegó a controlar políticamente un área importante de Andalucía: las actuales provincias de Málaga y Granada, buena parte del sur de Sevilla y Córdoba, y parte de Jaén, donde tenía firmes alianzas con los rebeldes locales. Estableció un obispo en Bobastro (Málaga), la que puede ser considerada su capital, construyendo una iglesia y convirtiéndose al cristianismo en el año 899 bautizándose como Samuel. Intentó que su territorio fuera reconocido como un estado por el rey de Asturias Alfonso III.
Ruinas de Bobastro, con su iglesia rupestre.
Su declive empezó a fraguarse cuando el emirato consiguió aislarle en gran parte formando una coalición con los Banu Qasi, la importante familia muladí aragonesa antes tratada que perseguía más el interés propio que cualquier otra cosa. Tras alguna derrota militar Omar - Samuel continuó la lucha desde su fortaleza de Bobastro hasta su muerte en el año 917. Su hijo Suleyman pudo sostener Bobastro contra Abderramán III hasta el 19 de enero de 928, fecha en la que fue tomada. La rebelión fue reprimida y el clan de los Hafsún tuvo que irse al exilio.
De esta manera es como los musulmanes de élite árabe se impusieron definitivamente en Andalucía y pudieron establecer el fuerte estado que fue el califato de Córdoba.