Algunas de las leyendas de nuestro querido Jaén que más
llaman la atención son las de los tesoros ocultos; tesoros escondidos por
nuestros antepasados no se sabe bien por qué motivo.
En la plaza de los Huérfanos, en donde estaba una de las
imponentes puertas de la muralla, la de Baeza, de la que ahora solo queda poco
más que los cimientos, se sitúa una de las leyendas de este tipo más curiosas y
esotéricas que se conservan.
Cuenta que unos ganaderos que estaban de viaje pidieron
pasar la noche en una casa entre la plaza de los Huérfanos y la calle del mismo
nombre. Aceptando la dueña por la generosa retribución que le ofrecían los
pastores, estos se alojaron en el sótano, como ellos querían. A media noche la
hija de los dueños se despertó y oyó unos extraños susurros que procedían de
los sótanos de la casa, y sigilosamente descendió hacia ellos y vió, sin que
los hombres se percataran de su presencia, como estos se encontraban alrededor
de una vela encendida y pronunciaban unas palabras en un idioma que no comprendía,
tras lo cual se abrió mágicamente uno de los muros; sin pausa, los pastores
entraron por la grieta y al poco salieron cargados de monedas, joyas y otros
objetos preciosos. Apagaron la vela y entonces la brecha del muro se cerró. Al
día siguiente los ganaderos abandonaron la casa, y la muchacha, que había
memorizado las extrañas palabras que oyó pronunciar, pidió a su madre, tras
decirle escuetamente lo que había visto, que la acompañara al sótano esa misma
noche. Encendió la vela, que estaba ya muy pequeña por el uso de los pastores,
y repitió el ritual que había observado, pronunciando las palabras mágicas;
entonces, efectivamente, se abrió de nuevo el muro, ante el gran asombro de la
madre. Mientras que la madre se quedó sosteniendo la vela, la hija entró en la
cueva y deslumbrada ante el magnífico tesoro que cobijaba se entretuvo y no
hizo caso de la advertencia de la madre avisándole de que la vela estaba ya tan
gastada que estaba a punto de apagarse y que, por tanto, cogiera lo que pudiera
y que saliera enseguida, hasta que por fin la vela se apagó sin que la muchacha
reaccionara a tiempo ante los gritos de la madre que veía cómo la entrada a la
cueva se cerraba. La madre, desesperada, se lanzó hacia el muro, pero este ya
era de nuevo una sólida pared de piedra. Allí dentro se quedó la muchacha y ya
no tenía remedio, pues solo ella conocía las palabras del ritual.
Esta bonita y misteriosa leyenda recuerda poderosamente al
cuento perteneciente a "Las mil y una noches" de la cueva de Alí Babá
y los cuarenta ladrones: la cueva que guarda un inmenso tesoro y que solo puede
ser abierta y cerrada con la pronunciación de unas palabras mágicas, y en la
que hay que tener mucho cuidado de no quedar encerrado.
Hay que tener en cuenta que la plaza de los Huérfanos está
en lo que fue la entrada de la judería de Jaén, por la que se accedía desde el
exterior por la Puerta de Baeza, que tenía a sus pies el barranco y arroyo de
los judíos, con su puente homónimo. De esta manera se ha dicho que los
ganaderos no eran sino judíos que volvieron a por sus riquezas que habían
escondido en los sótanos de su casa antes de que fueran expulsados.
Plaza de los Huérfanos. Judería de Jaén.
Pero viendo el cariz esotérico de la leyenda también se les
puede considerar como unos magos, seguramente judíos, que sabían de los tesoros
ocultos de Jaén, pero esos tesoros no tienen que ser siempre materiales, sino
que serían sagrados y tendrían que ver con el secreto conocimiento que guarda
la ciudad. Otras leyendas jiennenses insisten en ello, en las galerías y cuevas
que poseen un tesoro, y todo en un contexto misterioso y oculto que hay que
respetar.
Existe otra leyenda en la ciudad que cuenta que en alguno de
los muros del Castillo de Santa Catalina o en lo que era el recinto más amplio
del Alcázar Viejo, había una cabeza de toro esculpida en piedra. Esta cabeza de
toro tenía debajo un letrero con la siguiente frase: Enfrente del toro está el
tesoro.
El barrio de la Magdalena a los pies del monte y el castillo de Santa Catalina.
Muchos fueron los que subieron al monte de Santa Catalina
con picos y palas para buscar el tesoro que presuntamente indicaba el toro. El
terreno de los alrededores de la cabeza estaba lleno de agujeros y montones de
arena y piedras debido a las excavaciones, pero nadie daba con el ansiado
tesoro.
Un día llegó un testarudo buscador de fortuna. Buscó durante
muchas horas por todas partes. Comenzó, como todos hacían, por la parte de
enfrente del toro, que es lo que indicaba la inscripción. Luego cavó a la
derecha, después a la izquierda, más tarde por un lado, por otro, detrás... El
resultado, al igual que sus antecesores, es que no encontró nada. La
frustración y el enfado de haber trabajado tanto inútilmente y verse en la
misma situación de tantos otros que lo habían intentado le llevó al arrebato de
coger el pico, acercarse a la cabeza del toro y con gran fuerza e ira le
propinó un tremendo golpe a la escultura de piedra en toda la frente,
haciéndole un buen desperfecto. Más tranquilo tras vengarse de esa manera de la
engañosa cabeza, se dio media vuelta dispuesto a abandonar el lugar, pero de
repente escuchó un intenso tintineo metálico. Al volver la mirada hacia la
escultura, vio con asombro que un gran chorro de monedas de oro surgía del
agujero en la frente del toro. Había encontrado el tesoro que tanto deseaba. Y
se dio cuenta que la inscripción que había debajo de la cabeza del toro no
engañó nunca a nadie, sino que debía ser interpretada correctamente: al decir
"enfrente del toro está el tesoro" se debía adivinar que era "en
frente", pues era en la frente del animal donde esperaba ser descubierto
el tesoro, no en las tierras que tenía enfrente.
Uno de los toros ibéricos encontrados en Cerrillo Blanco, Porcuna. Museo de Jaén.
Quizás nos esté queriendo contar algo más allá de lo
evidente, como es normal en las verdaderas leyendas, pues estas buscan
transmitir un mensaje a través del tiempo. Y sospecho que a lo mejor esta
leyenda del toro y el tesoro oculta una idea, pues son varios los detalles que
parecen indicarlo.
Primero, el lugar y su advocación, en lo alto del sagrado
monte de Santa Catalina, donde se encuentra el castillo del mismo nombre,
siendo una santa esotérica como pocas, de origen egipcio y en general del
Mediterráneo oriental, sincretismo de las diosas de la sabiduría como eran Isis
y, sobre todo, Hécate.
En este lugar dedicado, por tanto, a la Diosa del
Conocimiento estaba la cabeza del toro, animal de ancestral culto en la
Península Ibérica y que es símbolo del dios masculino, solar, de la fertilidad
y la muerte, y también del conocimiento. Entonces hay una especie de dualidad
femenina-masculina tan común en todos los cultos antiguos.
En Egipto, el toro sagrado era Apis, sobre cuya frente se
colocaba el ureus y el disco solar, indicativos de su divinidad. Era símbolo de
todo lo que he dicho anteriormente y era heraldo del dios primigenio Ptah.
Luego, en época ptolemaica, el toro Apis se sincretizó con Osiris, dando origen
a Serapis, manteniendo la figura del toro como su símbolo principal. Y es que
para Grecia, de donde era originaria la dinastía ptolemaica, el toro también
estaba unido a sus principales deidades masculinas, como Zeus, Poseidón o
Helios, los grandes dioses del poder, el conocimiento y el Sol respectivamente.
Para los habitantes de Oriente Próximo el toro tenía un
significado similar, como por ejemplo en relación al gran dios masculino Baal /
Bel de los fenicios y cartagineses.
Y en todos los cultos al toro se incluían los sacrificios
del animal en honor al dios que representara, para de esta forma conseguir su
beneplácito y sus dones.
De esta manera, el toro es el dios masculino, del
conocimiento solar, cuyo símbolo es el dorado disco del Sol, la luz dorada, el
oro...
Toro Apis, con disco solar y ureus sobre su frente. Museo Nacional de Roma.
Sabiendo todo esto no sería entonces tan extraño pensar que
esta leyenda nos informa de antiguos cultos en Jaén a la deidad masculina
simbolizada por el toro, el cual se sacrificaba (¿en la leyenda, fuerte golpe
en la frente?) para recibir los dones de fertilidad o/y conocimiento (¿el
tesoro de monedas de oro que surge de la frente, la cabeza, la parte más
sagrada del animal?).
No hay que olvidar que hay una significativa referencia
histórica al toro en Jaén: en el barrio de la Magdalena, el lugar fundacional
de la ciudad en donde está el sagrado nacimiento de agua a los pies del monte
de Santa Catalina, existían unos famosos baños, y estos eran conocidos como los
del Toro pues se decía que estaban presididos por una gran escultura de este
animal...
Pero es otro mítico animal el que es símbolo del
barrio de la Magdalena y de toda la ciudad: el lagarto. Esta leyenda del
Lagarto de la Magdalena o de Jaén es la más popular de la ciudad y su fama es
tal que la identifica. La versión más extendida es la de que en la cueva de la
fuente que hay enfrente de la iglesia de la Magdalena se cobijaba un lagarto
gigantesco que cuando salía se comía a las personas y animales que iban a por
agua. Era tal el estado de miedo y desesperación que la población no sabía ya
qué hacer. Pero resulta que había un preso en la cárcel condenado a muerte que
pidió que se le perdonara si lograba matar al lagarto. Desesperados, los
vecinos accedieron a su proposición. Entonces él pidió un caballo, una lanza,
un saco de pólvora, una piel de cordero y un costal de panes calientes recién
hechos. Fue de noche frente a la cueva con el costal de panes calientes y
cuando el lagarto los olió, salió de la cueva; al ver al hombre fue hacia él
pero este salió cabalgando y le iba echando los panes al lagarto, cruzando así
la ciudad, cuyos habitantes permanecían en sus casas horrorizados. El preso
llevó de esta manera al monstruoso lagarto hasta junto a la iglesia de San
Ildefonso y allí le tiró el saco de pólvora envuelto en la piel del cordero y
el lagarto se lo tragó creyendo que era un cordero y al poco de devorarlo la
pólvora estalló y el lagarto reventó.
De esta manera la ciudad se pudo librar del terrible animal gracias al valor y la astucia del preso, que, por supuesto, fue liberado.
De esta manera la ciudad se pudo librar del terrible animal gracias al valor y la astucia del preso, que, por supuesto, fue liberado.
Monumento al Lagarto de la Magdalena en la calle de Santo Domingo. Jaén.
Una variante de la leyenda dice que fue un pastor el que hizo reventar al lagarto arrojándole la piel de un cordero rellena de yesca ardiendo, con lo que el lagarto se abrasó y murió. Ximénez Patón, en su "Historia de la antigua y continuada nobleza de la ciudad de Jaén", de 1628, recoge esta versión de la leyenda. La otra versión menos popular y conocida, recogida por Alfredo Cazabán a principios del siglo XX, es la que cuenta que fue un caballero de reluciente armadura, o de armadura de espejos, el que se plantó delante del lagarto y este se quedó deslumbrado al brillar el sol en la armadura, hecho que aprovechó el caballero para matarlo de un espadazo.
Alfredo Cazabán.
Hay que tener en cuenta que en las crónicas antiguas no se
habla de un lagarto sino de una gran sierpe, es decir, una enorme serpiente, es
decir, típica denominación en los textos antiguos para este tipo de monstruos
que no dejan de ser los legendarios dragones, y eso precisamente es, un dragón,
lo que aparece en el escudo de la catedral de Jaén y lo que tradicionalmente se
ha dicho asemeja la ciudad acostada a los pies del cerro de Santa Catalina,
como dice Ximena Jurado en el siglo XVII y el deán Mazas en el XVIII.
El dragón es el guardián de los tesoros ocultos, normalmente
en cuevas y lugares subterráneos, y el héroe debe luchar contra él para
conseguir ese tesoro. ¿Ven las similitudes con las otras leyendas de tesoros? Y
es que todo Jaén podría ser un tesoro en el que ciertos lugares destacarían,
que serían los lugares sagrados ocupados por templos desde hace, como poco, la
Edad Media, seguramente muchos siglos antes. Siguiendo la pista de que la
antigua ciudad se parece a un dragón, elaboré una completa investigación que se
hizo libro con el título de “El Dragón de Jaén”: los lugares sagrados desde el
castillo hasta la catedral forman la figura celeste de la constelación del
Dragón, el guardián de las tres manzanas de oro del Jardín de las Hespérides,
las hijas de Atlas; Dragón que fue muerto por el héroe por excelencia, Hércules,
que se llevó su preciado y dorado tesoro de las tres frutas… Esto nos puede
retrotraer hasta tiempos ancestrales e indefinidos en los que ya la búsqueda de
tesoros era una tarea fundamental, pero no para lo material sino para el
conocimiento y lo espiritual.
Hércules matando al dragón del Jardín de las Hespérides. Rubens. Museo del Prado, Madrid.
Artículo publicado en el nº 7, junio de 2013, de la revista Rayud, del colegio Ramón Calatayud de Jaén. Mi agradecimiento a Pedro Antonio López Yera, coordinador general de esta publicación, por invitarme a colaborar en ella.