domingo, 29 de enero de 2012

LAS TUMBAS SAGRADAS DE CACHEMIRA

En la historia e identidad de Moisés, personaje clave en el judaísmo y el cristianismo como es bien sabido, casi todo está rodeado de misterio. De su nacimiento solo se sabe que apareció siendo un bebé en una canastilla en las aguas del Nilo. Se sospecha que fuera hijo de alguien muy importante, hasta el punto de que era de la familia real egipcia y que se convirtió en faraón, pues en realidad se trataba de Amenofis IV, conocido como el faraón hereje Akenatón, pues proclamó el monoteísmo, es decir, que existe un solo Dios, en una época en la que el politeísmo dominaba absolutamente. Fuera o no la misma persona, la cuestión es que Moisés defendió el monoteísmo al igual que Akenatón. Y los dos tuvieron unas vidas apasionantes. Centrándonos en Moisés, este fue el libertador de los judíos en el Éxodo, todo ello motivado por sus encuentros con Yahvé, el supuesto Dios único. Era el único que lo podía ver en la cumbre del monte Sinaí, en donde se situaba la nube en la que se desplazaba el dios de los judíos.

De esta manera, hasta su muerte y enterramiento también son un enigma. Cuenta el Deuteronomio que, al concluir el Éxodo, Moisés subió al monte Nebo y contempló la tierra prometida, y allí mismo murió, cumpliéndose lo que le dijo Yahvé, que vería la tierra soñada por Abraham e Isaac pero no la pisaría. Fue enterrado en las cercanías pero nadie vio su cuerpo ni se sabe dónde está la tumba.

Incluso se duda de la localización del monte Nebo. Se suele identificar con la montaña Abarim, pero el Nebo solo es uno de sus picos. Además, en los relatos bíblicos se citan otras ubicaciones próximas que son difíciles de identificar en la región.

Lo curioso es que existe un monte Nebo en una zona lejana de Oriente Próximo, en una conflictiva región entre Pakistán y la India: Cachemira. Pero lo impactante es que varios libros antiguos sitúan allí la tumba de Moisés. Por ejemplo, en el Hashmat-i-Kashmir, cuyo autor no conocía lo que se relata en la Biblia, se puede leer que "Mussa (Moisés) llegó a Cachemira y la gente lo escuchó. Unos continuaron creyendo en él; otros no. Murió y fue enterrado aquí. La gente de Cachemira llama a su tumba el santuario del Profeta del Libro".

En los años setenta del pasado siglo el investigador hispano-germano Andreas Faber-Kaiser viajó a Cachemira con objeto de comprobar una serie de informaciones sorprendentes. Una de ellas situaba a Jesús de Nazaret en aquella tierra durante sus años perdidos, entre los doce y los treinta años de edad, periodo sobre el cual no informan los Evangelios. Y otra, también relatada en libros muy antiguos, asegura que Jesús sobrevivió a la crucifixión, tras la cual regresó a esta región, en la que falleció a una avanzada edad. Por lo menos eso parece, pues la similitud de la historia de Jesús con el santón Yuza Asaf, del que se habla en esos textos tradicionales, es muy grande. Faber-Kaiser descubrió en la ciudad de Srinagar una tumba que es venerada con pasión como la auténtica sepultura de Issa - Jesús, pues parece ser que también divulgó su mensaje en esta zona con un relativo buen éxito. Sobre todo esto Andreas Faber-Kaiser escribió el libro "Jesús vivió y murió en Cachemira".

Lo curioso es que a unas decenas de kilómetros de allí se encuentra la citada más arriba supuesta tumba de Mussa - Moisés, que está en lo alto del monte Nebo, de más de tres mil metros de altura. Es adorada, al igual que la de Issa - Jesús, sin ningún tipo de conflicto junto a otras tumbas de personajes importantes para el Islam.

Para la religión judía y cristiana es difícil considerar y aceptar que las tumbas de Moisés y Jesús puedan estar en una tierra distante de Israel, pero la tradición heterodoxa contenida en algunos viejos libros cuenta que Moisés pudo llegar hasta allí tras la pista de las diez tribus perdidas de Israel y que Jesús posiblemente hizo lo mismo además de seguir al mismo tiempo los pasos de Moisés, recalando ambos en una región de antigua tradición espiritual en la que, en tiempos de Jesús, el budismo imperaba. A pocos estudiosos y lectores atentos, sean creyentes o no, se les escapa que las enseñanzas de Jesús tienen aspectos y hasta un fondo claramente similares al budismo...

domingo, 15 de enero de 2012

EL BAFOMET DE LA CATEDRAL DE JAÉN

Se suele considerar que la figura conocida popularmente como "la mona" del friso gótico en la cabecera de la catedral de Jaén podría ser el bafomet de este esotérico templo. No es una identificación tan ridícula como la primera denominación pero igualmente equivocada. Ya fue esta pequeña escultura protagonista de un artículo en este blog, y dejé claro que si de algo se trata es de la imagen de un maestro cantero de la época, quizás Enrique Egas, autor del friso en 1500 contratado por el obispo Alonso Suárez de la Fuente del Sauce. Conociendo el valor simbólico de la catedral y de la escultura, comparada con la de otros templos, la bauticé como "el alquimista de la catedral de Jaén", el maestro o iniciado hermético satisfecho con su obra.



El bafomet es una imagen que se representa básicamente como una cara de un hombre con barba partida en dos y que simboliza el origen de la Sabiduría. Es conocida por formar parte de los cultos templarios, que les costó ser acusados de herejía como excusa para su disolución.


Prácticamente en el centro del friso gótico se encuentra un pequeño relieve que pasa desapercibido para la mayoría de los ojos curiosos. A pesar de que está a cierta altura del suelo y que está algo estropeado se puede observar que se trata de una cabeza con una barba ligeramente partida en dos y con una especie de aureola coronándola.



El bafomet de la catedral de Jaén (Fotografía cortesía de Javier Rojas Gómez)


Este sí que se puede considerar con más acierto el bafomet de la catedral de Jaén, pues tiene las características propias de este símbolo esotérico. Para los ortodoxos sería la representación del Santo Rostro de Jesús, al cual el templo sirve casi de enorme relicario.



El Santo Rostro de Jaén, tan adorado como retocado desde la Edad Media. Se puede observar que la barba sigue estando ligeramente partida en dos.


Pero es que cabalísticamente, que es como hay que interpretarlo en un contexto esotérico como el que está, el Santo Rostro o Gran Rostro es una de las tres denominaciones o principios de la Creación representados por el Anciano de los Ancianos, cuyo atributo es la Sabiduría, y que tiene como principio inicial a la Cabeza del Anciano. De esta Cabeza o Rostro de Dios brota o emana la Creación. Eso es precisamente lo que los templarios representaban con el bafomet.



El Santo Rostro en el coro de la catedral de Jaén.



Como decía, la cabeza o bafomet del friso gótico tiene una aureola que la corona, y es que, como apunta la cábala, la Cabeza del Anciano viste la Corona, símbolo de su soberanía y de que es el origen de todo. Corona es como se llama al primer sefirot o atributo de Dios, que se sitúa en lo alto del Árbol de la Vida.


Por tanto, conociendo el templo en el que estamos, que centra su culto en el Santo Rostro, y siendo conscientes de su valor simbólico profundo, no es de extrañar que el friso gótico, gran conjunto esotérico legado por el obispo Suárez, tenga en su centro un cabalístico bafomet.