Los visigodos, uno de los pueblos germanos denominados bárbaros, es decir, extranjeros, vienen en el siglo V tras el ocaso romano, del que fueron artífices principales, y expulsando a los vándalos, otro pueblo germano que se había instalado en la Bética. Establecen en Andalucía su sistema de división y despojo territoriales, base del feudalismo medieval. Andalucía, cristiana y muy romanizada, es de nuevo una ansiada posesión que se resiste al dominio visigodo durante más de un siglo aunque de forma inconstante, pero a pesar de ello, gracias a los desencuentros entre los godos y su mala organización, mantiene una cierta independencia e incluso colabora con los bizantinos, herederos del imperio romano, para que estos se asienten aquí durante unas décadas del siglo VI, pero al final los visigodos se imponen.
Andalucía se hace más sincrética, siendo su máximo exponente el hispanorromano san Isidoro de Sevilla, arzobispo católico considerado el hombre más sabio de su tiempo, cuya obra fue esencial para transmitir la cultura clásica en la época visigoda. San Isidoro pertenecía a una influyente familia hispana originaria de la cercana Cartagena que se instaló en Sevilla, en donde todos los hermanos destacaron como religiosos (san Leandro, san Fulgencio, santa Florentina) menos una, Teodora, que se convirtió en reina al casarse con el rey Leovigildo.
La separación y recelo entre las arrianas élites visigodas y el pueblo hispanorromano perduró durante siglos a pesar de los intentos legales y religiosos por igualarlos y unirlos, y cuando parecía que se estaba consiguiendo a partir de finales del siglo VI con la conversión al catolicismo del rey Recaredo (hijo de Leovigildo, sobrino de san Isidoro de Sevilla) bajo la tutela de la Iglesia Católica, un rey visigodo un siglo después, Vitiza, volvió a la antigua postura anticatólica de su estirpe arriana y motivaría tras su muerte el conflicto entre los seguidores de su heredero y los del oponente Rodrigo que terminaría con la pérdida del poder por parte de los visigodos a favor de otros extranjeros, los árabes.
Andalucía se hace más sincrética, siendo su máximo exponente el hispanorromano san Isidoro de Sevilla, arzobispo católico considerado el hombre más sabio de su tiempo, cuya obra fue esencial para transmitir la cultura clásica en la época visigoda. San Isidoro pertenecía a una influyente familia hispana originaria de la cercana Cartagena que se instaló en Sevilla, en donde todos los hermanos destacaron como religiosos (san Leandro, san Fulgencio, santa Florentina) menos una, Teodora, que se convirtió en reina al casarse con el rey Leovigildo.
La separación y recelo entre las arrianas élites visigodas y el pueblo hispanorromano perduró durante siglos a pesar de los intentos legales y religiosos por igualarlos y unirlos, y cuando parecía que se estaba consiguiendo a partir de finales del siglo VI con la conversión al catolicismo del rey Recaredo (hijo de Leovigildo, sobrino de san Isidoro de Sevilla) bajo la tutela de la Iglesia Católica, un rey visigodo un siglo después, Vitiza, volvió a la antigua postura anticatólica de su estirpe arriana y motivaría tras su muerte el conflicto entre los seguidores de su heredero y los del oponente Rodrigo que terminaría con la pérdida del poder por parte de los visigodos a favor de otros extranjeros, los árabes.
Conversión de Recaredo, por Muñoz Degrain. Palacio del Senado, Madrid.
¿Es posible que en el 711 un ejército musulmán cruzara el estrecho de Gibraltar, derrotara a las tropas hispanovisigodas y avanzara victorioso hasta el punto de llegar a someter casi todo el territorio peninsular? ¿Un puñado de bereberes liderado por unos cuantos árabes pudo someter a millones de hispanos en pocos años? En contra de esta hipótesis tenemos el hecho de que los documentos de la época no contienen referencias a aquella tremenda invasión que, de ser cierta, habría supuesto para los peninsulares todos los males inimaginables. Las primeras noticias no aparecen hasta las crónicas latinas y musulmanas del siglo IX, a seis generaciones (150 años) de los hechos que se relatan, cuando el Islam estaba ya firmemente arraigado en la península. Algunos investigadores, tras comprobar que los musulmanes atribuían a sus correligionarios victorias imposibles y que los cristianos omitían consignar cualquier aspecto de lo que estaba sucediendo en su suelo, concluyen que el mito ha pervivido, contra toda lógica, porque ha interesado mantenerlo. Entre los musulmanes porque les proporcionaba una pátina de gloria; entre los cristianos porque encubría ante su propio pueblo lo que en realidad fue un fracaso social y religioso. La guerra civil que estalló en la Península Ibérica a principios del siglo VIII, explicada como conflicto político y disimulada más tarde como invasión de potencia extranjera, tuvo su auténtico origen en unos hechos que se remontan a cuatro siglos antes, al enfrentamiento producido entre dos corrientes cristianas: los unitarios arrianos, que negaban que el Hijo fuera igual al Padre (Jesús no es Dios, pues Este es único), y los trinitarios, adheridos al dogma católico, que mantenían que hay tres personas distintas –Padre, Hijo y Espíritu Santo- con la misma naturaleza en Dios.
Por tanto, para aproximarnos a la verdad de lo que sucedió realmente en el año 711, cuando un contingente de guerreros del norte de África cruza el estrecho de Gibraltar, derrota a las tropas visigodas lideradas por don Rodrigo y se establecen en la Península Ibérica, tendremos que remontarnos al siglo IV. En el año 325, el emperador Constantino acababa de convocar un concilio en Nicea para zanjar las disputas teológicas cristianas que estaban perjudicando al imperio. Fue una fecha crucial, porque el dogma de la Trinidad se impuso en el cristianismo y se incluyó en la religión oficial, mientras que se reafirmaba la excomunión del obispo unitario alejandrino Arrio, que murió unos años después, el día anterior al fijado por el emperador para obligarle a reconciliarse con la Iglesia Católica, que ahora era la única admitida. Un emperador hispano, Teodosio, fue el que con el Edicto de Tesalónica en 380 estableció como única religión oficial del Imperio Romano a la Iglesia Católica, es decir, la cristiana trinitaria, con lo que las demás facciones cristianas fueron definitivamente perseguidas. Prisciliano, galaico pero posiblemente bético según alguna investigación, tan asociado al camino iniciático de Santiago, fue el que encabezó por aquellos entonces el cristianismo unitario en España y el sur de Francia, y fue, junto a otros compañeros, el primer hereje ajusticiado por el gobierno secular en nombre de la Iglesia Católica. La religión cristiana unitaria no es sino la gnóstica – hermética que vio a Jesús como un gran maestro descendido del cielo para enseñar a la humanidad, pero no como Dios encarnado. Con estas creencias gnósticas, que busca el conocimiento para el despertar del espíritu, y otras asociadas a ellas más liberales e igualitarias, este cristianismo tuvo buena acogida en Andalucía y toda Hispania, quizás porque estas creencias eran las mismas que en esencia siempre se habían tenido aquí a pesar de que oficialmente se considera que el pueblo andaluz era mayoritariamente católico.
Cuando las tropas musulmanas lideradas por Tarik y Muza llegaron a España para apoyar al bando hispanogodo cristiano unitario arriano, solicitados por estos, su enfrentamiento fue fundamentalmente contra los seguidores católicos trinitarios de Rodrigo, y no contra toda una nación, lo que explica la escasa o nula resistencia de una parte importante de la población hispana, e incluso el beneplácito en algunas partes, que se quiso hacer ver con el paso de los siglos como fulminante invasión. Los árabes con su tropas bereberes, aunque enseguida empezaron a mostrar su autoridad, tuvieron buena relación con los hispanogodos arrianos, pues eran aliados en la guerra y el poder, y básicamente todos eran de creencias unitarias, la de un solo Dios; y los hispanos arrianos preferían compartir tierra y poder con los árabes antes que depender de la autoridad política y religiosa católica romana que aún resistía en el norte peninsular. El resultado de todo esto es que la población mayoritaria hispana vio cómo un conflicto religioso y político entre los visigodos dio como fruto que estos perdieran buena parte del poder a favor de otra élite nueva, la árabe de religión musulmana. Y digo parte del poder porque hay que tener en cuenta que muchas familias nobles godas se aliaron y fusionaron con la élite árabe, con lo que siguieron formando parte de la clase dirigente.
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