jueves, 12 de diciembre de 2013

LAS CLAVES ESOTÉRICAS DE LA ALHAMBRA

El palacio de la Alhambra, el gran monumento emblemático de la ciudad de Granada, tiene un significado esotérico que impregna toda la construcción, el cual una parte se refleja en su configuración y belleza pero otra permanece discreta y paciente.
Muhammad I, el fundador de la dinastía nazarí, más conocido como Alhamar y que nació en la también enigmática Arjona (Jaén), empezó las obras del palacio de la Alhambra a mediados del siglo XIII que hasta entonces solo era una fortaleza. Y Muhammed V, aliado de Pedro I en la guerra civil castellana y que tan belicoso fue con las tierras jiennenses cuna de su estirpe real, mandó construir el Patio de los Leones en 1377, finalizándose en 1390, siendo el culmen del palacio granadino. En poco más de un siglo la Alhambra tomó su forma fundamental conteniendo todas sus claves esotéricas. Para presentar estas claves, que vamos a considerar como siete, me apoyaré en el profesor y escritor Antonio Enrique, autor del "Tratado de la Alhambra hermética "(Port Royal, 2004).
Emplazada en un lugar privilegiado de al-Ándalus, confluencia de tres ríos y siete colinas que valió a diversos autores de la Antigüedad compararlo con los míticos Campos Elíseos, la Alhambra yergue sus contornos de fantasía bajo el palio de las nieves perpetuas de Sierra Nevada y sobre los verdes de su Vega legendaria, desde la cual parece un fantástico navío encallado en la colina de la Asabika, donde el palacio se asienta.


Y esta es la primera clave del monumento: la Alhambra surge ante nuestra vista como una prolongación natural y armónica del paisaje donde se asienta, no como una imposición humana de poder sobre un territorio. Existe, pues, continuidad entre paisaje y monumento, como si la Alhambra no hubiese sido tallada por mano humana, sino construida por la propia fuerza de los elementos telúricos.


Una segunda clave, ya en el interior, nos llevaría al mágico aserto de que «lo de arriba es igual a lo de abajo». Es así como la Alhambra semeja suspendida en el aire. La razón es muy concreta: la construcción posee superestructura (arcos, bóvedas, techumbres) mucho más sólida que la infraestructura (columnas, basas, capiteles) donde se apoya. Luego su efecto visual es este: la masa no parece pesar; de alguna manera la construcción semeja burlar las leyes gravitatorias. Así, el gótico europeo invierte aquí el sentido de su equilibrio, puesto que no se adelgaza hacia arriba, sino al contrario: de arriba hacia abajo. Lo cual redunda en la escenificación mágica del desdoblamiento espacial debido al reflejo de la construcción en las aguas de los estanques que le anteceden. Tal es el sentido del palacio de Comares, sobre el estanque de los Arrayanes, o de la torre de las Damas sobre la alberca del Partal.



La tercera clave ha de referirse forzosamente a la proporción de todos y cada uno de los volúmenes que se integran y articulan en la Alhambra. Absolutamente todas sus partes conforman un código de medidas áuricas. Como paradigma, pudiéramos referirnos al salón del Trono, inserto en la torre de Comares. La altura de la pirámide que corona tan increíble estancia es igual al radio del perímetro de sus cuatro lados, la suma de los cuales equivale a la altura total de la torre en cuyo interior se ubica. Antiguamente se denominaba cuadratura del círculo a tal efecto. La epínomis universal puede perfectamente constatarse en el patio de los Arrayanes, cuyo cociente entre ancho y largo nos ofrece el resultado de la mitad del número pi, esto es, la epínomis. Y si desde el mismo patio, contemplamos la torre sobre su arcada, arriba del estanque, podemos constatar que el total (suma de la altura total más la altura desde el suelo al listón que separa frontal de la torre y techumbre de la arcada) es igual a la mayor (altura total), como la menor (altura hasta el listón) es igual a la mayor.


La cuarta clave es para su simbolismo. Existe un simbolismo teológico y otro escatológico, como también de orden cromático y geométrico, y aún botánico, pues en la Alhambra todo es en razón a cuanto representa. El teológico contempla el salón del Trono como su mejor emplazamiento. Su techumbre es toda una escenificación del Paraíso, tal como lo establece la sura coránica que ornamenta una de las cenefas de sus muros. Pero lo es en la secuenciación geométrica, no figurativa. Vemos ahí, en este supremo artesonado, los siete cielos de su estructura, con origen en el último, o más alto, un cupulino que, en su centro, representa el ojo de Alá, el cual no es sino dos cuadrados cruzados en un octógono. Y es de aquí, de esta célula madre, de donde parte toda geometría prolongando sus segmentos, los cuales configuran polígonos sin fin, las ruedas de sus lacerías (zafates y candilejos), como plasmación de un firmamento constelado. El sultán se situaba en majestad exactamente debajo de este trono divino, como su contrapartida humana y tal como si hubiese de recibir su inspiración sagrada. Toda la Alhambra no es sino la prolongación de los ejes e intersecciones laberínticas que parten de este octógono; sus volúmenes se insertan en ellos, graduándose conforme una visualidad que confunde los perfiles. El simbolismo escatológico contempla, análogamente, el palacio de Comares como la representación de los distintos tránsitos de una jina, o itinerario astral, según el Libro copto de los Muertos: las siete puertas del Amenti (los siete arcos del Pórtico norte), el propio Amenti (sala de la Barca, con su artesonado de barca invertida), el Ialou (salón del Trono con las siete esferas de su bóveda), a lo que hay que añadir el iconográfico mar de Num (el propio estanque de Arrayanes, planta asociada –como el ciprés– a la inmortalidad). De manera que, caminando, trasponemos el Espacio al Tiempo. Mayor metáfora de eternidad no existe.


Otro tanto podría decirse del patio y palacio de los Leones. El arquetipo no es ya el Edén, sino su referencia coránica en el mundo terrenal: el oasis sagrado de Sabá, Iram de las Columnas, el palacio de Salomón. Pues es lo cierto, por inquietante que parezca. La Alhambra está concebida como Templo y Palacio de Salomón, según lo define el Libro de los Reyes. Y su proporción es exacta. El Templo de Salomón es Comares y el Palacio de Salomón Los Leones, con su fuente de mar de bronce. La célebre Fuente de los Leones es, sin duda alguna, uno de los elementos más misteriosos de la Alhambra. La fuente se ha comprobado con la reciente restauración que es un conjunto del siglo XIV realizado con mármol de Macael (Almería); por tanto, es contemporánea al palacio aunque posiblemente imita modelos más antiguos. Lo que parece indudable es que la fuente y sus leones constituyen una evocación salomónica. Al igual que el célebre Mar de Bronce (aunque con leones y no toros), son 12 los animales que sustentan la fuente. Estos tendrían también una significación astrológica, identificándose con los 12 signos del zodiaco y los 12 meses del año. Este detalle vendría refrendado por el hecho de que 3 de los leones miran hacia el norte, 3 hacia el sur, 3 hacia el oeste y 3 hacia el este, mirando los centrales de cada terna exactamente a esos puntos cardinales; además, de la fuente surgen los cuatro ríos del Paraíso señalados por los cuatro leones cardinales, ríos que fluyen cada uno a las cuatro estancias que rodean al patio. Todo ello sin olvidar que en la frente de algunos de estos leones descubrimos enigmáticos símbolos grabados...



Con ello, damos de pleno en la quinta clave, que no es sino la de su eclecticismo ideológico e iconográfico. ¿Eran conscientes los nazaríes del Reino de Granada de constituir el ápice de sabiduría, resultante de la transmisión cultural de todos los pueblos precedentes en al-Ándalus? ¿Fueron, por otra parte, como se especula, ciertos sus contactos con la orden templaria, desde sus encomiendas en la serranía de Cazorla, a través de familias jiennenses depositarias de su legado? Pues la Alhambra es una síntesis estilizada de elementos de muy diversa extracción: persas, egipcios, romanos, mozárabes, hebreos. Sobre todo, hebreos. Granada se llamaba entonces Gárnatha al-yeud, la Granada de los judíos. En la Alhambra, en su excepcional programa iconográfico, en su ocultismo cabalístico, dejaron constancia, puede decirse, de su código genético.


La sexta clave es para la luz, la luminosidad como elemento arquitectónico dinámico, implícito en la construcción misma. Esta luminosidad, inseparable del agua, que la refracta y reverbera, medida con precisión, minuciosa y primorosamente, es lo que provoca la sensación de irrealidad que nos asalta. Es una irrealidad, sin embargo, que se palpa, que se siente: una irrealidad, por así decir, tangible. El efecto es de espejismo. Los perfiles son nítidos en Comares, pero ondulantes, insinuantes, en Los Leones, porque en la Alhambra, como en todo edificio iniciático, existe una zona yang (épica, ascética, masculina) y otra yin (femenina y lírica, mística). Hay un vapor de oro que todo lo anega, procedente de las aéreas arcadas, que gradúan toda luminosidad, e irisa y descompone en todos los matices del espectro. Así puede observarse en los ajimeces y celosías de los cielos suntuarios de las salas de Abencerrajes y Dos Hermanas, ésta última constituida en crisol de operación alquímica bajo la regencia del signo de Géminis, según consta en el poema inscrito en sus estucos de Ibn Zamrac. E igualmente por la noche, cuando el agua de las fuentes y mil hontanares cesa, y los mármoles irradian el plateado fulgor lunar, y el azul de las estrellas más remotas.



Y clave séptima final: la soledad, el sigilo, el recogimiento interior. Como todo monumento sagrado, la Alhambra transforma. Simplemente, hay que dejarse ir. La lección de la Alhambra consiste en constatar que no existe nada más apremiante para el ser humano de hoy que la constatación del gozo interior, recobrar el sentido del júbilo y la alegría de vivir. Comenzando por uno mismo, es posible entregar a los demás lo más positivo de nosotros mismos. Recuperando el instinto estético, en el más universal de los monumentos españoles, contribuimos a la paz y el entendimiento entre Oriente y Occidente, porque la Alhambra significa eso mismo: coexistencia, armonía, equilibrio entre lo uno y lo otro, y entre lo que se ve y no puede verse: la pura magia de los sentidos.


domingo, 1 de diciembre de 2013

LOS CAMINOS DEL ALMA, DE JUAN MIGUEL BUENO


Una preciosa exposición se muestra en estos días en el Museo Provincial de Jaén: "Los caminos del alma", de Juan Miguel Bueno. Su interés va más allá del artístico, que lo tiene y mucho; es también simbolismo, esoterismo, espiritualidad...


Juan Miguel Bueno Montilla nace en Sevilla en 1967 pero a los seis años se traslada con su familia a Porcuna, pues su familia es de la provincia de Jaén. Su formación artística comienza a temprana edad en el estudio de su padre, el pintor Manuel Bueno Carpio. Se licencia en Bellas Artes por la Universidad de Granada, ciudad que supuso un revulsivo en su vida; a partir de entonces empezó a acumular experiencias vitales siempre muy unidas a su búsqueda de conocimiento espiritual, que ya estaba presente desde niño, y nunca olvidando su raíces, su pueblo, Porcuna, que tanto refleja en sus obras. Ahora, Juan Miguel es budista tibetano, que combina perfectamente con su conocimiento de nuestra cultura ancestral, que le sirve de arraigada base para crecer.

Dama íbera

Porcuna bajo la Luna

En "Los caminos del alma", Juan Miguel Bueno nos muestra su obra más íntima, aquella que hizo para ilustrar una búsqueda espiritual de más de treinta años. Su pintura está inspirada en la obra de místicos de diversas tradiciones. Sus cuadros nos invitan a iniciar un viaje hacia el interior de nosotros mismos. Con la inocencia de un niño nos adentramos en el cuerpo de la Gran Madre. Los versos de san Juan de la Cruz, las enseñanzas de Ibn al-Arabi, los escritos iluminados de los libros de alquimia, el amor cortés de los trovadores de Occitania, la cábala de la antigua Sefarad y el budismo tántrico de los lamas tibetanos nos orientarán hacia ese lugar donde sólo existe el momento presente; entonces, nuestra mente, liberada de todos sus miedos, podrá descansar en su paz natural y comprenderá la conexión espiritual que une a todos los seres del mundo.
Este último párrafo es casi literal del texto que aparece en el folleto de la exposición y que inicia también el libro catálogo de esta. Resume muy bien el sentido de la obra expuesta, y si se sabe algo de simbología y esoterismo es lo que se capta y se siente; incluso sin saber, la fuerza de sus imágenes arcanas y arquetípicas llegan al alma del visitante, que, como dice Juan Miguel Bueno, suele salir de la sala del museo con una significativa sonrisa y calma.

El Monte

La protección

Lo ancestral está muy presente en su obra, lo ibérico, lo medieval cristiano y andalusí; el arte de Diego Velázquez o de William Blake; lo contemporáneo de Picasso y del onírico Dalí; y lo local de Lorenzo Goñi o Manuel Kayser. Las estrellas de ocho puntas o tartésicas, las estrellas de seis puntas o Semillas de la Vida, el toro, la Luna, la granada, el corazón, la llave, la Mano de Fátima, el lagarto y casi siempre la Diosa Madre... una pléyade de símbolos utilizados sabiamente, desde el alma.

Todos tienen una estrella dentro

Turris eburnea

Todo junto se transforma, como si de un trabajo alquímico se tratara, en una obra única, fascinante, de una gran energía, llena de búsqueda sincera y aprendizaje enriquecedor, de Verdad, es decir, de ese conocimiento que es común a todas las religiones y filosofías, y que solo profundizando en sus vertientes más esotéricas se puede empezar a vislumbrar. Todo un viaje iniciático al que el autor invita humilde pero poderosamente a todo el curioso visitante.

Maternidad


Quisiera agradecer la amabilidad de Juan Miguel Bueno explicándome detenidamente su obra, tan ligada a su vida, a sus inquietudes espirituales, a su búsqueda de la Verdad...
Ha sido todo un placer conocer su sorprendente obra y, sobre todo, a él.
Muchas gracias. Un cordial saludo.