viernes, 31 de enero de 2014

LOS TESOROS OCULTOS DE LOS TEMPLARIOS

Las grandes riquezas de la Orden de caballeros del Temple despertaron la codicia del rey de Francia Felipe IV el Hermoso y del papa Clemente V. La sede del Temple en París casi se había convertido en el centro monetario internacional, depósito del tesoro real francés, generando envidias, especulaciones y leyendas en torno a esta orden que parecía ya tan alejada de su lema "Non nobis, Domine, non nobis, sed nomine tuo da gloriam" (nada para nosotros, Señor, nada para nosotros, sino para la gloria de tu nombre).



Entre las especulaciones y leyendas generadas destacaron sobremanera las referidas a la existencia y ubicación de un fabuloso tesoro una vez que la orden se disolvió en 1307, lo que motivó su búsqueda hasta incluso nuestros días. Poco antes de las detenciones, el gran maestre Jacques de Molay hizo quemar muchos libros y reglas de la orden. Hay datos que aseguran que un grupo de caballeros protagonizó una fuga organizada en la que pudieron llevarse el tesoro, sacado en secreto de la preceptoría de París, de noche, antes de las detenciones del 13 de octubre. Fue transportado hasta la costa atlántica, muy posiblemente hasta el puerto de La Rochelle, base naval de la orden, y cargado en dieciocho galeras.


Se habla de que los templarios pudieron custodiar no uno sino varios tesoros. Uno sería económico, otro de documentos y otro de reliquias, las más codiciadas de la cristiandad. A partir de aquí se ha dicho mucho de esta orden que se considera por algunos la primera banca de la historia: que estuvieron en América explotando minas de plata doscientos años antes del descubrimiento oficial; que dejaron sus secretos cifrados en el arte arquitectónico; que establecieron el culto a las vírgenes negras como símbolo de femenina sabiduría; que conservaron durante un siglo la Sábana Santa; que custodiaban el Santo Grial; que encontraron las Tablas de la Ley, el Arca de la Alianza y la Mesa de Salomón. En fin, tantas cosas que han hecho al Temple la orden más misteriosa de la historia.
Parece claro que el objetivo primordial de los nueve primeros hombres de la Orden de los Caballeros del Templo, cuando se asientan en 1118 en las caballerizas del antiguo templo de Salomón en Jerusalén, era la búsqueda de algo de capital importancia. Investigadores como Louis Charpentier creen que al cabo de nueve años de búsqueda, Hugo de Payens y sus ocho caballeros encontraron en Jerusalén el Arca junto a otras piezas de gran valor que llevaron a Francia, a la región del Languedoc, el último bastión de los cátaros antes de su exterminio a mediados del siglo XIII. Años después, tras la extinción de los templarios, una cúpula dirigente y clandestina se debió de instalar al otro lado de los Pirineos, en determinadas fortalezas templarias de los reinos de Aragón y de León, quizás con alguno de sus secretos tesoros. Desde hace muchos siglos, el Arca ha sido buscada en los subterráneos del antiguo templo de Salomón, en Aksum (norte de Etiopía), en alguna cámara secreta de las pirámides de Egipto, en la capilla de Rosslyn en Escocia, en alguna catedral gótica francesa o en castillos templarios como el de Ponferrada (León).
Para muchos, por tanto, el tesoro templario debió de ser la posesión del Arca de la Alianza durante un cierto tiempo. Arca que, además de contener las Tablas de la Ley, la vara de Aarón y el maná, podría ser un artefacto de un alto nivel tecnológico cuya existencia no podía ser revelada a nadie por la peligrosidad que confería su uso y hasta su mera posesión. Hay un relieve del Arca con una inscripción en el portal norte de la catedral de Chartres; la inscripción dice "Hic amittitur archa cederis" (Aquí queda depositada, obrarás según el Arca). ¿Una prueba de que el Arca fue encontrada por los templarios?


Para otros, el gran tesoro templario sería más bien el Santo Grial. Según la literatura griálica medieval, encabezada por el Pasifal (Parzival - Perceval) de Wolfram von Eschenbach, el brillante Grial era custodiado por un tipo de caballeros que hace pensar en los templarios. Además, el castillo donde se guardaba estaba, según los indicios, en el sur de Francia, en el Languedoc de los cátaros. Quizás estos junto a los templarios guardaron este tesoro. Se cuenta que del castillo de Montségur, uno de los últimos reductos cátaros que resistían, el día antes de caer en manos francesas en aquel tremendo asedio de 1244, escaparon por las escarpadas rocas un grupo de hombres con algo muy preciado, quizás el Santo Grial, que se llevó a las cuevas de Lombrives o más bien cruzó los Pirineos hacia otros cobijos en la península Ibérica; luego, a lo mejor, formó parte de ese tesoro templario que se trasladó a otras tierras incluso más allá del Atlántico. La leyenda o historia de los templarios como guardianes del Grial ha sido seguramente la que más literatura ha motivado, con personajes precursores como el nazi Otto Rahn, que con tanto ahínco investigó y buscó el Grial en las tierras pirenaicas.


Porque el tesoro oculto templario podría estar relacionado con sus viajes transoceánicos, lo que además explicaría otro de sus enigmas: el origen de sus inmensas riquezas que luego sirvieron para financiar la gran cantidad de templos góticos que presuntamente mandaron construir.
Y las claves podrían estar en la capilla de Rosslyn. La historia nos dice que el tercer conde de Saint Clair construyó en Rosslyn una capilla octogonal, de inspiración templaria y repleta de simbolismo esotérico, que es considerada por masones de todo el mundo como su lugar sagrado y en la que se dice enterraron los templarios sus tesoros, incluido el Santo Grial. En ella hay esculpidas mazorcas de maíz y otras plantas americanas. Esta es una de las evidencias que sustentan la autenticidad de una posible expedición realizada a América en 1398 por el noble Henry Saint Clair, con la ayuda de los hermanos Zeno, avezados navegantes venecianos. Su intención era fundar una nueva Jerusalén. En el caso de que fuera cierto este viaje se podría especular con la idea de que escondieran allí sus riquezas tanto materiales como religiosas. Uno de los indicios de la incursión templaria en América nace de una leyenda familiar en Escocia de la que tenemos datos gracias a la obra de uno de los descendientes de Saint Clair, Andrew Sinclair, titulada "La espada y el grial" (1992). Nos dice que el príncipe Henry Saint Clair partió en 1398 con trescientos colonos y doce embarcaciones. Su travesía  condujo a la expedición hasta la costa nordeste de los actuales Estados Unidos, que desembarcó en Nueva Escocia y dejó sus huellas en la costa de Massachusetts. Allí pasaron la primavera de 1399 para, después, regresar algunos de ellos a su lugar de origen. En una losa de la capilla de Rosslyn, construida en 1446 por un nieto de Henry, los miembros del clan Sinclair descubrieron la vinculación de sus antepasados con los templarios y comprobaron como, tras la disolución de la orden, un grupo de caballeros se refugió en las propiedades escocesas de los Sinclair, llevando consigo parte de sus documentos y riquezas. La familia Sinclair gastó, desde entonces, gran cantidad de dinero que, al parecer, procedían de América. Un secreto que ha quedado reflejado en un antiquísimo sello, datado en 1214, en el que puede leerse Secretum Templi al tiempo que muestra a un supuesto indio con plumas.




Y no es el único. En Francia, en el tímpano de la catedral de Vézelay, fechado alrededor de 1150, se halla representado otro amerindio con grandes orejas. O la presencia de indígenas americanos adornados con plumas en los conocidos graffitis de la catedral de Gisors.
Esta posibilidad de presencia templaria en América que muestran los Sinclair entronca con las investigaciones de Jacques de Mahieu, según el cual la flota templaria habría llegado a México en 1307 desde La Rochelle huyendo de la sabida persecución, a través de una ruta que los propios templarios ya habrían marcado desde tiempo antes, entre los años 1272 y 1294. Y el citado Charpentier cree que esas minas de plata estarían ubicadas en el Yucatán (México). Ahora bien, las islas Canarias podrían servirles de escala, vía América, y además como refugio y escondite del tesoro, ya que eran lugares seguros al no estar todavía conquistados, cosa que pasaría siglo y medio después por la corona castellana. De esta forma, el santuario de Nuestra Señora de la Candelaria contendría las claves de los tesoros materiales y espirituales que habrían sido puestos a salvo antes de la abolición de la orden. Esta tesis la mantienen investigadores españoles como Rafael Alarcón, Emiliano Bethencourt, Félix Rojas o José Antonio Hurtado, así como el noruego Thor Heyerdahl, quien afirmó en su día que Colón ya había viajado a América varios años antes de su descubrimiento oficial formando parte de una expedición danesa, pero parece más probable que más bien Colón sabía de las rutas hacia América por sus contactos, como proponen algunos, con personas que habían heredado el conocimiento templario a través de ciertas órdenes españolas y portuguesas fundadas tras la abolición de la orden del Temple.
Además, en los ropajes de la Virgen de la Candelaria original existían talladas unas extrañas letras cuyo significado aún se desconoce. La actual talla también lleva impresas estas letras. ¿Un mensaje cifrado relacionado con el Temple?



Si de las riquezas económicas poco se sabe, poco más se sabe de los tesoros religiosos o de conocimiento secreto. Ya he comentado la posibilidad del Arca de la Alianza y el Santo Grial. También estaría la Mesa de Salomón, que se cuenta no encontraron en Jerusalén sino más bien en Europa, siendo muchos los que opinan que estaba guardada en España, mayoritariamente se suele considerar que en Toledo o Jaén, ciudades a las que habría llegado de mano de los visigodos tras saquear Roma, que a su vez habría robado la Mesa del Templo de Salomón. La cuestión de si estaba en Toledo o en Jaén es fundamentalmente por el motivo de si hubo traslado de este importante objeto sagrado con la conquista árabe; hay quien cree que la Mesa no salió del mágico Toledo, en la enigmática Cueva de Hércules u otras poblaciones cercanas de la provincia, y otros piensan que sí fue trasladada por los árabes para llevársela fuera de España hasta Damasco pero que unos fieles guardianes consiguieron arrebatársela a tiempo por tierras de Jaén y allí se quedó en secreto. Luego, con el pasar de los siglos, el Temple se interesó por su paradero, quizás se quedó conforme sabiendo que estaba bien protegida, a lo mejor colaboraron, y en el tiempo de su persecución y abolición intentaron tomar la reliquia, con lo que se envió para ello desde París a un tal Petrus Verginus, o Pedro Bergino, pero parece ser que no se lo permitieron sus fieles guardianes en Jaén o Toledo. Fuera como fuese, de la Mesa de Salomón no sabemos nada seguro en nuestros días, solo leyendas y pistas que se pueden interpretar de distintas maneras.



Del gran tesoro de conocimiento y espiritual de los templarios tenemos como gran símbolo el Bafomet, esa extraña cabeza barbuda que tanto sirvió para acusarlos de herejía e idolatría. Unos dicen que sería la representación del rostro de Jesús de la Sábana Santa que ellos custodiaron durante un siglo, otros que era un ídolo de antiguos cultos oscuros, y otros que representaba el saber, la Sofía, que tanto anhelaban los caballeros templarios. ¿Conocimiento desde la oscuridad o desde la luz? El desconocimiento de lo que se traían en concreto entre manos los templarios hace que se nos muestren como ambiguos; lo que nos muestran precisamente sus supuestos tesoros, lo mismo amontonando riqueza material que espiritual, lo mismo del lado del mal que del bien, o eso parece...