miércoles, 16 de febrero de 2011

VENUS. LA DIOSA Y EL ARTE. 4ª parte

Las fiestas en honor a la diosa Afrodita eran las afrodisias. Se celebraban por toda Grecia y sus colonias pero particularmente importantes eran las de Atenas, Corinto, Erice (Sicilia), Citera y Pafos (Chipre), lugar donde según la mitología nació la diosa de la espuma del mar y en donde existió el templo griego más antiguo dedicado a esta deidad, compuesto de varios patios que rodeaban la capilla central que contenía un cono de piedra rematado por una esfera, símbolo de la diosa, entre dos candelabros.


Santuario de Afrodita de Pafos en una moneda de Caracalla (198-217) y dibujo de Antoniadi, 1939 , basado en ella.

Se llevaban a cabo en primavera e incluían concursos artísticos y competencias deportivas. En bosques y jardines se festejaba a la diosa y se le ofrecían flores, incienso y sacrificios incruentos. En Pafos las mujeres lavaban en el mar la imagen de Afrodita y tomaban un baño ritual como preparativo a las solemnidades de la noche. Las afrodisias incluían relaciones sexuales como un método de adoración a la diosa. La ofrenda y la práctica de la prostitución religiosa en los santuarios y templos de la diosa era relativamente común. La denominación griega para las prostitutas de los templos era hieródula, "sierva sagrada". Esta costumbre fue una práctica inherente a los rituales dedicados a las antecesoras de Oriente Próximo de Afrodita, la sumeria Inanna, la acadia Ishtar o la fenicia Astarté, culturas en donde la prostitución sagrada estaba más extendida. En Grecia destacaba en este sentido Corinto, en donde el número de hieródulas del templo de Afrodita llegó a ser hasta de mil. En Jonia, en la costa de Asia Menor, las hieródulas servían en el templo de Artemisa en Éfeso.
Entre las hieródulas destacaban las sacedortisas y entre ellas estaban las heteras, es decir, cortesanas, prostitutas refinadas y respetadas. No se dedicaban solo a ofrecer servicios sexuales sino también buena y exquisita compañía, que es lo que significa hetera en griego. Poseían una educación esmerada y eran capaces de tomar parte en las conversaciones entre gentes cultivadas, como en los simposios. Únicas entre todas las mujeres de Grecia, eran independientes y podían administrar sus bienes. Se conoce el nombre de varias de aquellas heteras. Targelia fue una renombrada hetera jónica muy influyente en las relaciones entre griegos y persas. Aspasia, amante de Pericles, fue una de las mujeres más célebres del siglo V a. C. y atrae a su casa a Sófocles, Fidias, a Sócrates y sus discípulos; según Plutarco, "domina a los políticos más eminentes e inspira a los filósofos un interés nada despreciable". Teódota, compañera de Alcibíades, con quien Sócrates dialoga en las Memorables. Neera, sujeto de un célebre discurso del pseudo-Demóstenes. Leontion, compañera de Epicuro y filósofa ella misma. En la época helenística se puede citar a Pitónica, compañera de Hárpalo, tesorero de Alejandro Magno, o Tais, compañera del mismo Alejandro y después de Ptolomeo I.
Friné es quizás la hetera más conocida, célebre por su belleza y por ser la amante y musa favorita de Praxíteles, quien se inspiró en ella para la creación de varias esculturas de la diosa Afrodita, entre ellas la famosa Afrodita de Cnido. Friné fue acusada de impiedad, un delito muy grave en Grecia, a causa de su continua comparación con la diosa Afrodita debido a su belleza; otra de las graves acusaciones a Friné era la de haber violado el secreto de los Misterios eleusinos, de lo que se deduce que era una iniciada o sacerdotisa. Por petición de Praxíteles, en el juicio fue defendida por el orador Hipérides. Este fue incapaz de convencer a los jueces del areópago con su discurso, así que, como último recurso, recurrió al amor y a la belleza, e hizo desnudarse a Friné ante los jueces, convenciéndoles de que no se podía privar al mundo de tal belleza, la cual era un monumento vivo a la diosa Afrodita. Con esta estrategia, consiguió conmover a los jueces, quienes la absolvieron de manera unánime.

Friné ante el areópago (1861), obra de Jean-Léon Gérôme, Hamburg Kunsthalle.

lunes, 7 de febrero de 2011

EL ALQUIMISTA DE LA CATEDRAL DE JAÉN

En un extremo del friso gótico que hay en la fachada de la cabecera de la catedral de Jaén hay una figurita muy curiosa y famosa, la llamada popularmente como “la mona”, aunque en realidad se trata de un hombre sentado como al modo oriental y vestido con ropas de la época que incluye una especie de turbante en la cabeza. Situada justo en la esquina del primer contrafuerte derecho del muro, encima del friso, está significativamente con la boca cerrada, mirando fijamente hacia el frente, al horizonte, al amanecer aproximadamente del solsticio de invierno…

Se adjudica esta escultura, como todo el friso gótico, a Enrique Egas, insigne arquitecto y escultor toledano al que el obispo Alonso Suárez de la Fuente del Sauce encargó tasar y colaborar en la obra de la catedral en el 1500.
Se han dicho muchas cosas de esta figura humana, desde que se trata de un bufón, antítesis de la majestad divina, de un moro o de un judío, a los cuales estaría destinado un supuesto mensaje de advertencia que contiene este friso para que se conviertan al cristianismo verdaderamente, hasta que es un bafomet a la usanza templaria que nos indica que estamos en un lugar de sabiduría cuyo mensaje está encriptado en los símbolos del friso y que hay que mantener oculto a los no iniciados. Son respetables, por supuesto, estas interpretaciones para el enigmático personaje y el friso al que pertenece, pero me inclino hacia la última aunque sin considerar la figura como un bafomet, pues este se representaba sólo con una cabeza barbuda. Los símbolos que componen este gran relieve a lo largo del muro del templo, como dragones, gárgolas, granadas, piñas, gavillas de trigo y otras muchas representaciones muy bien dispuestas, son claramente de carácter esotérico y en el contexto de esta catedral y la antigua ciudad de Jaén su significado no puede ser muy ortodoxo.
Fijándonos bien en la escultura hace recordar a la figura que Fulcanelli hizo conocida como el alquimista de Nôtre-Dame de París, colocada también en una esquina, que representa a un hombre de larga barba tocado con un gorro frigio, símbolo de iniciación, asomado y mirando el horizonte. Sería, quizás, el maestro de obras, el maestro hermético satisfecho con la obra del templo que guarda un mensaje de transmutación alquímica de las mentes de los fieles.

El alquimista de Nôtre-Dame de París.

Para acceder a la altura en donde se encuentra esta estatua del alquimista parisino hay que subir por unas escaleras de caracol, y curiosamente justo a las espaldas de la figurita jiennense, dentro de una de las capillas, hay una escalera de caracol adornada con hojas de cardo, siendo tanto este tipo de escalera como el cardo símbolos de iniciación.
Pero en cuanto a las vestiduras y apariencia, la figura de Jaén se parece mucho a los maestros canteros de la época, que solían tener una especie de turbante que les protegía la cabeza, que era también distintivo de los maestros de obras.

Maestros canteros trabajando en el Colegio de San Gregorio de Valladolid, a finales del siglo XV, la época del friso gótico de la catedral de Jaén.

Por tanto, las pistas nos hacen ver que lo más seguro, a pesar de las reticencias, es que estamos ante una figura en la catedral jiennense que representa a un maestro cantero o de obras, que podría ser Enrique Egas, pero también, porque está relacionado, con un iniciado hermético satisfecho con la obra que ha llevado a cabo, mirando hacia el amanecer de un nuevo Sol, de un nuevo año, hacia el astro rey del que parte el conocimiento celestial que en la Tierra aspiramos conseguir y que marca la cíclica existencia de vida, muerte y resurrección.

Quizás sea el iniciador del encriptado conocimiento que encierra el monumental relieve del obispo Suárez, y que mejor guardado que por la representación de un sabio, el alquimista de la catedral de Jaén.

viernes, 28 de enero de 2011

¿LA CAPITAL DE TARTESSOS EN CORIA DEL RÍO?

En el primer mapa se puede observar el lago Ligustino o Ligur en época romana. Alrededor de esta gran desembocadura del río Betis - Guadalquivir es muy probable que estuviera la capital de Tartessos si nos atenemos a las descripciones de los antiguos geógrafos y viajeros. Así es como se suele considerar la extensión y forma del lago Ligustino por lo general, pero los sedimentos iban reduciendo progresivamente las zonas inundadas, por eso ahora toda esa zona son marismas, pero también antes de la época romana el área inundada era mayor, con lo que en tiempos tartésicos no era así.


En este segundo mapa se ve la desembocadura del Guadalquivir en época tartésica. En realidad la superficie de agua delante del mar era el golfo Tartésico y al norte el río desembocaba en él a la altura de Coria del Río (Sevilla) formando el lago Ligustino. En este mapa se incluyen los nombres histórico-legendarios de los diferentes lugares del entorno según una teoría bastante posible. La ciudad de Tartessos estaría situada en unas islas en la desembocadura del río Guadalquivir en el golfo Tartésico, junto a Coria, es decir, a unos kilómetros al sur de Hispalis, la actual capital sevillana, que en aquellos tiempos era terreno inundado en su mayor parte.

En este tercer mapa se amplía la zona de Coria del Río, la antigua Caura, posible ciudadela y fortaleza de Gerión o Caureón, frente al cual estaba la ciudad de Tartessos, en las islas Eritías que formaban el delta de la desembocadura del río Guadalquivir, en el sur del lago Ligustino - Ligur, al norte del golfo Tartésico. Se trata de una hipótesis muy interesante y plausible basada en diversos estudios bibliográficos, históricos y geológicos del coriano Francisco José Barragán de la Rosa, profesor de Química de la Universidad de Sevilla, con la colaboración del investigador también coriano Antonio Alfaro Suárez, que se basa fundamentalmente en la "Ora marítima" de Avieno.

lunes, 10 de enero de 2011

ANDALUCÍA, SU VERDADERA HISTORIA. 6ª PARTE.

En la época inicial de la invasión musulmana en alianza con los visigodos arrianos contrarios a los católicos, hay más libertad tanto para los cristianos de cualquier facción como para los judíos, los cuales tuvieron anteriormente marginación por parte de los visigodos. Pero esta gran tolerancia inicial, que algunos han querido extrapolar a todo un largo periodo de esplendor que empezó por aquellos entonces y que duró varios siglos con una visión equivocada con tendencia al romanticismo y a la añoranza, se reduce a unas décadas en las que la élite árabe y bereber era tan minoritaria que casi no tuvo más remedio que comportarse así, pero en cuanto su poder se consolidó tras una serie de guerras entre ellos, empezaron a tomar medidas en las que inducían a que la población tomara la religión de Mahoma, de tal forma que, aunque se siguió tolerando a los cristianos y judíos, solo los que se convirtieran al Islam tendrían unos derechos y libertades más amplios, casi como los de la élite asiática, además de unos impuestos más reducidos, y ahí empezaron los problemas y la población hispana se dio cuenta que en realidad los nuevos señores eran unos invasores que habían venido para imponerse. En esos tiempos de finales del siglo VIII y principios del IX es cuando se podría considerar que la invasión se hizo efectiva y los indígenas fueron conscientes de ello. Al-Ándalus, como los árabes llamaron a España, empezó entonces a tener nuevas clases sociales diferenciadas. Los cristianos que siguieron siéndolo fueron llamados mozárabes (“arabizados”), y los que se hicieron musulmanes, bien por convicción, por interés o más bien para evitarse problemas, se denominaron muladíes (“de madre no árabe”), entre los que destacaban la mayoría de la nobleza visigoda. De estos grupos surgieron pronto los primeros descontentos y los graves enfrentamientos contra una autoridad que se reveló como claramente invasora.
Un ejemplo claro de lo que hizo buena parte de los nobles hispanos y de la imposición final de los musulmanes asiáticos lo tenemos en un conde que aunque no era andaluz es importante comentarlo. Se trata del hispanogodo conde Casio, un muy destacado noble que se convirtió por interés al Islam con la invasión musulmana, es decir, se hizo un muladí (kumis Qasi), conservando un extenso territorio en el valle medio del Ebro que después su dinastía, los Banu Qasi (“hijos de Casio”), amplió bastante estableciendo su capital en Zaragoza, teniendo épocas de gran independencia e incluso enfrentamientos con el emirato cordobés apoyando al reino cristiano de Navarra con cuyos reyes tenían lazos de sangre. La caida de esta dinastía, la más poderosa de los muladíes, ocurrió poco antes del principio del califato de Córdoba, cuando fueron sometidos por la fuerza por Abderramán III en el 924, siendo sustituidos por un linaje yemení, los Tuyibíes.
Los otros dos grandes ejemplos de lo que pasó en los primeros dos siglos de la invasión musulmana sí están en Andalucía. Tras las primeras décadas de guerras entre árabes y bereberes, y de una aceptable tolerancia e independencia de las distintas comunidades mientras se consolidaba la presencia musulmana con la fundación del emirato de Córdoba por los Omeyas, las diferencias socioeconómicas generaron frecuentes tensiones a partir de finales del siglo VIII en todo Al-Ándalus, destacando la sublevación del Arrabal de Córdoba y la rebelión de Omar ben Hafsún.
El levantamiento de los cristianos del Arrabal de Córdoba fue debido principalmente al incremento de la asfixiante presión fiscal sobre ellos por parte del emir Alhakén I. Los amotinados estuvieron a punto de asaltar el Alcázar y tras tres días de matanza y saqueo en el Arrabal fueron vencidos, ordenando el emir la crucifixión de trescientos notables y la deportación de miles de cristianos. Muchos de estos cordobeses emigraron de Andalucía y parte de ellos se establecieron junto a otros cristianos y muladíes hispanos en el norte de África, donde fundaron el barrio y mezquita de los andalusíes en la ciudad de Fez.
El célebre Omar ben Hafsún nació en las cercanías de Ronda y procedía de una familia goda cuyo abuelo se había convertido al Islam, por tanto era muladí. Encabezó una rebelión apoyada por muladíes, mozárabes e incluso algunos bereberes descontentos con la élite árabe que controlaba el emirato cordobés. Demostró su gran valía como estratega militar y llegó a controlar políticamente un área importante de Andalucía: las actuales provincias de Málaga y Granada, buena parte del sur de Sevilla y Córdoba, y parte de Jaén, donde tenía firmes alianzas con los rebeldes locales. Estableció un obispo en Bobastro (Málaga), la que puede ser considerada su capital, construyendo una iglesia y convirtiéndose al cristianismo en el año 899 bautizándose como Samuel. Intentó que su territorio fuera reconocido como un estado por el rey de Asturias Alfonso III.

Ruinas de Bobastro, con su iglesia rupestre.

Su declive empezó a fraguarse cuando el emirato consiguió aislarle en gran parte formando una coalición con los Banu Qasi, la importante familia muladí aragonesa antes tratada que perseguía más el interés propio que cualquier otra cosa. Tras alguna derrota militar Omar - Samuel continuó la lucha desde su fortaleza de Bobastro hasta su muerte en el año 917. Su hijo Suleyman pudo sostener Bobastro contra Abderramán III hasta el 19 de enero de 928, fecha en la que fue tomada. La rebelión fue reprimida y el clan de los Hafsún tuvo que irse al exilio.
De esta manera es como los musulmanes de élite árabe se impusieron definitivamente en Andalucía y pudieron establecer el fuerte estado que fue el califato de Córdoba.