Hécate es una divinidad muy arcaica que adoptaron los antiguos griegos, de origen asiático o egipcio, que no es protagonista de ningún relato mítico pero que extiende su inmenso poder sobre la tierra, el mar y el aire, o, en otra versión, el infierno, la tierra y el cielo. Con esta triple personalidad, era denominada Perséfone en el infierno, Artemisa en la superficie de la tierra y Selene, la Luna, en el cielo. Diosa bienhechora que hace prosperar las empresas de los hombres pero que puede condenarlas al fracaso si así le place, está vinculada a la magia, la fertilidad y la noche. Es la Triple Hécate de los sortilegios, que se alza en los cruces de caminos (lugares consagrados a las prácticas mágicas) bajo la forma de una estatua tricéfala o incluso con tres cuerpos. En Roma, sería indentificada con Trivia, diosa de las encrucijadas. Los griegos la honraban en los famosos misterios de Eleusis, antigua ciudad cercana a Atenas, en su calidad infernal y fértil de las diosas Perséfone y su madre Deméter.
Hécate, ilustración de Stephane Mallarmé. Está representada con tres cuerpos que sostienen una serpiente, una llave y una antorcha, símbolos respectivamente del mundo subterráneo o de los muertos, de intermediadora entre el mundo de los vivos y el de los muertos, y el de luminosa diosa del cielo nocturno.
¿Por qué me refiero a Hécate si el artículo es sobre santa Catalina? Pues porque en el cristianismo esotérico o gnóstico Hécate tomó la figura de santa Catalina de Alejandría. Hay que tener en cuenta que Catalina en griego es Ekaterina. Santa Catalina es la heredera de los atributos de poder, sabiduría y magia de la oscura y a la vez luminosa Hécate. No es de extrañar que la Iglesia Católica suprimiera su culto en 1969 por su más que dudosa existencia como personaje real y por su esotérico perfil de diosa arcana. Su culto se extendió enormemente durante la Edad Media, su popularidad tuvo mucho que ver con los mágicos poderes que oculta su figura y la Iglesia la consideró patrona de filósofos y estudiantes por su sabiduría. Y en Jaén santa Catalina de Alejandría fue durante muchos años la única patrona de la ciudad, patronazgo que luego compartió con la Virgen de la Capilla. Su culto fue introducido por el rey Fernando III el Santo, gran devoto de esta santa virgen, la cual se le apareció prometiéndole la toma de la ciudad, según la conocida leyenda; por eso, una vez conquistada la población, desde un principio se escogió como patrona de la ciudad, y el monte y el castillo que la dominan tomó su nombre. Luego, la institución educativa de mayor importancia que tuvo la ciudad, la que fundaron los dominicos y que es conocida como Convento de Santo Domingo, se puso bajo la advocación de, como no, santa Catalina de Alejandría. La popularidad de esta santa y su fiesta del 25 de noviembre sigue siendo significativa, algo desvirtuada pero muy arraigada en el sentir jiennense, a pesar de los siglos y la “competencia” con otras figuras sagradas: se sigue subiendo al monte de Santa Catalina, al castillo del mismo nombre, para hacer los honores junto a la procesión de la santa que también sube hasta allí, a su capilla en el castillo, en una especie de romería o peregrinación de sabor ancestral. Y por la investigación que hice sobre el Dragón de Jaén se sabe que santa Catalina forma parte fundamental de la geografía mágica de la ciudad, pues el monte, el castillo y el convento dominico bajo su advocación forman parte del dragón.
En cuanto a santa Catalina es sorprendente y esclarecedor saber lo que dicen los textos apócrifos que recogen su vida y martirio, y que fueron tolerados por la Iglesia Católica durante muchos siglos. Nos cuentan que Catalina era una joven alejandrina nacida a finales del siglo III, de noble cuna, rica, bella y culta, pero presuntuosa, con lo que exigía que sus pretendientes tuvieran las mismas cualidades de las que ella alardeaba. Su madre, que era cristiana, llevó a la engreída muchacha ante la presencia de su jefe espiritual, quien entregó a Catalina un icono de la Virgen con el Niño Jesús en brazos, aconsejándole que rezara a Nuestra Señora para obtener su benevolencia. Así lo hizo y esa noche tuvo un sueño en el que se vio frente a la Señora y su Hijo, pero Jesús se obstinaba en darle la espalda. Sin mirarla siquiera, la tachó de ser insignificante, pobre, fea e ignorante. Esto hirió el orgullo de la joven, que buscó al jefe espiritual cristiano y aceptó sus enseñanzas con el propósito de que Jesús no la rechazara. Formada ya Catalina en los valores de la nueva fe, el sueño se repitió, pero en esta ocasión el Niño Jesús la miró, la encontró por fin bella y sabia y la convirtió en su esposa. Para dar fe de sus desposorios, le puso un anillo en el dedo, diciendo: “Conserva esta prenda inviolada, no tomando ningún varón para ti”. Increiblemente, esta historia apócrifa y, sin duda, gnóstica nos habla de unos desposorios místicos entre Jesucristo y Santa Catalina, de un auténtico matrimonio sagrado, Hieros Gamos, entre un Jesús solar y una Catalina lunar. Este espiritual matrimonio fue un tema representado con cierta frecuencia sobre todo durante el Renacimiento.
Desposorios místicos de santa Catalina de Alejandría, detalle. Hans Memling.
Del resto de su biografía, que trata de los debates teológicos que tuvo con eruditos de su época de los que salió victoriosa, consiguiendo incluso algunas conversiones, y de su martirio y muerte por orden del emperador Maximino o Majencio, se extraen los símbolos que acompañan a santa Catalina, que son la rueda, el libro, la espada y la rama de palma, cargados de esoterismo, y que nos confirman todo lo dicho ahora y antes sobre ella. La rueda es el artefacto que más frecuentemente la acompaña; vinculada a su cruel martirio, en un plano más profundo simboliza, al igual que el anillo, la dualidad, la unión de las fuerzas opuestas necesarias para conseguir su giro, el cíclico recorrido del Sol en el firmamento, el enterno retorno. La rueda tiene ocho radios, formando una estrella de ocho puntas que simboliza la intermediación entre lo material, de signo femenino, y lo celestial, masculino, que es circular, la rueda en sí. Es emblema de la sabiduría máxima. A esta misma sabiduría alude el libro que suele llevar en la mano. Un libro que en algunas ocasiones aparece abierto, indicando la libre transmisión de los conocimientos que entraña, y en otras cerrado, entonces representa el conocimiento oculto del que santa Catalina es celadora, y que mostrará solo a los iniciados. También la espada con que cercenaron su cuello el 25 de noviembre del 307, con tan solo 18 años de edad, es símbolo de dualidad, de unión de lo masculino y lo femenino, ya que en ella se imbrican la verticalidad de la hoja con la horizontalidad del travesaño que protege la mano. Representa igualmente, con su tajo degollador, el camino que tiene que recorrer quien busque el conocimiento, o sea, morir como aprendiz para renacer como iniciado. Y, por último, la palma simboliza el triunfo del mártir sobre la muerte, con lo que también puede significar el conocimiento y sabiduría necesarios para ello, pues la palmera simboliza al Árbol de la Vida, del conocimiento, en muchas culturas incluida la nuestra y especialmente en Egipto, el país de santa Catalina.
Escultura de santa Catalina de Alejandría, que se guarda en su capilla del castillo de Jaén, en la que la santa va acompañada de tres de sus símbolos característicos: la rueda, la espada y la palma.
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